EL RÍO

Un día de cada año, cuando Dunkeld celebraba la fiesta de una santa que nunca existió, el puente sobre el río Tay se llenaba de hombre, mujeres y niños que con caligrafías más o menos aceptables escribían en pequeños papelitos algo –se supone que secreto o misterioso- y los lanzaban al río, para que la corriente se los llevara. Al parecer era una larga tradición tan profundamente arraigada que se había olvidado su origen, y que en el ánimo de una canción (Throw your pain in the river | Leave your pain in the river | To be washed away slow) llevaba a todos los habitantes de aquel pueblo a lanzar su dolor al río. Era fácil: sólo había que escribir en un trozo de papel el motivo del dolor (amores, nostalgias, melancolías…) y el río se lo llevaría hasta hacerlo desaparecer.

LAS PEONÍAS

La pequeña Mary Royl tuvo una vez un amigo especial. Diferente. Uno de esos amigos que, pese a sus idas y venidas –ella nunca entendió muy bien sus idas y venidas-, siempre estaba.

Aquel amigo era, algunas veces, el punto de arrojo que la pequeña Mary Royl no tenía. Por ejemplo, para probar un nuevo té. Y si le gustaba él, al poco, le regalaba toneladas, cantidades inimaginables –e inasumibles para alguien tan pequeño como Mary Royl.

EL FUEGO

Desde hacía semanas, la pequeña Mary Royl dormía entre pesadillas. Cada noche se despertaba entre sudores fríos que no encontraban alivio ni en las mantas ni en las tisanas. Ni siquiera en la lectura de su libro, cuyas letras seguían saltando en busca de versos de alivio. Sólo al final de la noche, cuando la fragilidad de la luz rompía la penumbra, lograba cerrar los ojos y dormir, ya exhausta.

El pavor de Mary tenía causa y culpa: La iglesia de los huesos.